Los modestos orígenes.
Escribe Eugenio Baroffio Abadie (tataranieto de Carlo Fossati Botta y Magdalena Arnelli):
No obstante el hecho de que muchos criollos hayan soñado con tener alguna dosis de sangre azul en sus venas y delirado con supuestas ascendencias europeas de frondoso linaje, lo cierto es que la inmensa mayoría de nosotros –como se ha dicho siempre- sólo “descendimos de los barcos”, porque somos hijos de modestos inmigrantes que las precarias condiciones de vida europea “expulsó” en diversas oleadas que poblaron América. Generalmente, descendemos de modestos campesinos o de pobres artesanos u obreros que decidieron probar fortuna, dejando patria, costumbres y familias en su lugar de origen para venir a construir un país donde estaba todo por hacer.
Los Fossati no fueron la excepción. De la frugal existencia de los primeros Fossati, he encontrado testimonio en un interesante documento que quiero compartir con todos los parientes, para que sintamos el orgullo de conocer que, aunque con un origen tan modesto, la familia pudo igualmente brindar –merced al esfuerzo- una sucesión de hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y choznos que se destacó en múltiples actividades, desde la expresión artística a la labor empresarial, el comercio, la agricultura o el ejercicio de diversas profesiones universitarias.
En 1993, la Fondazione Giovanni Agnelli (Torino), publicó un libro escrito en italiano, "L'emigrazione italiana e la formazione dell'Uruguay moderno", en uno de cuyos capítulos -"Religiosidad, devoción popular e inmigración italiana"- Carlos Zubillaga, refiere numerosos testimonios de inmigrantes italianos que buscaban en las autoridades eclesiásticas locales una ayuda para sus necesidades.
En una nota al pie de página, relata a título de ejemplo, que en junio de 1860, el párroco del Cordón, José María Ojeda, suplicaba al vicario apostólico, Monseñor Jacinto Vera, que encontrara remedio a la situación en que se hallaba la italiana Magdalena “Bernella”, viuda del pobre jornalero inmigrante, Carlo Fossati y madre de cinco hijos, que vivía en concubinato con su cuñado Leonardo Fossati; aspirando salir de semejante situación mediante el matrimonio, pero que no lo conseguía a causa de su pobreza, ya que no disponía de medios suficientes para solventar los onerosos ("exorbitantes") derechos que le reclamaba la Iglesia (Archivo de la Curia Episcopal de Montevideo).
Aunque la pobre viuda a la que alude está nombrada como “Bernella” no podemos dudar de que se trata –en realidad- de Magdalena Arnelli, nuestra tatarabuela, por la sencilla razón de que coinciden todos los otros datos: el nombre de su primer marido (Carlo Fossati) el de su cuñado (Leonardo), el de ella (Magdalena), la cantidad de hijos habidos de su primer matrimonio y la época (1860). La única divergencia está en su apellido, seguramente un error de transcripción, explicable debido a que el investigador ha tenido que leer una carta manuscrita hace 150 años, donde perfectamente puede haber interpretado que decía “Bernella” en el lugar en que decía “Arnelli”; o bien puede que hasta haya sido el propio sacerdote el que entendió o memorizó mal el apellido cuando elevó su petición al Obispo.
Escribe Eugenio Baroffio Abadie (tataranieto de Carlo Fossati Botta y Magdalena Arnelli):
No obstante el hecho de que muchos criollos hayan soñado con tener alguna dosis de sangre azul en sus venas y delirado con supuestas ascendencias europeas de frondoso linaje, lo cierto es que la inmensa mayoría de nosotros –como se ha dicho siempre- sólo “descendimos de los barcos”, porque somos hijos de modestos inmigrantes que las precarias condiciones de vida europea “expulsó” en diversas oleadas que poblaron América. Generalmente, descendemos de modestos campesinos o de pobres artesanos u obreros que decidieron probar fortuna, dejando patria, costumbres y familias en su lugar de origen para venir a construir un país donde estaba todo por hacer.
Los Fossati no fueron la excepción. De la frugal existencia de los primeros Fossati, he encontrado testimonio en un interesante documento que quiero compartir con todos los parientes, para que sintamos el orgullo de conocer que, aunque con un origen tan modesto, la familia pudo igualmente brindar –merced al esfuerzo- una sucesión de hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y choznos que se destacó en múltiples actividades, desde la expresión artística a la labor empresarial, el comercio, la agricultura o el ejercicio de diversas profesiones universitarias.
En 1993, la Fondazione Giovanni Agnelli (Torino), publicó un libro escrito en italiano, "L'emigrazione italiana e la formazione dell'Uruguay moderno", en uno de cuyos capítulos -"Religiosidad, devoción popular e inmigración italiana"- Carlos Zubillaga, refiere numerosos testimonios de inmigrantes italianos que buscaban en las autoridades eclesiásticas locales una ayuda para sus necesidades.
En una nota al pie de página, relata a título de ejemplo, que en junio de 1860, el párroco del Cordón, José María Ojeda, suplicaba al vicario apostólico, Monseñor Jacinto Vera, que encontrara remedio a la situación en que se hallaba la italiana Magdalena “Bernella”, viuda del pobre jornalero inmigrante, Carlo Fossati y madre de cinco hijos, que vivía en concubinato con su cuñado Leonardo Fossati; aspirando salir de semejante situación mediante el matrimonio, pero que no lo conseguía a causa de su pobreza, ya que no disponía de medios suficientes para solventar los onerosos ("exorbitantes") derechos que le reclamaba la Iglesia (Archivo de la Curia Episcopal de Montevideo).
Aunque la pobre viuda a la que alude está nombrada como “Bernella” no podemos dudar de que se trata –en realidad- de Magdalena Arnelli, nuestra tatarabuela, por la sencilla razón de que coinciden todos los otros datos: el nombre de su primer marido (Carlo Fossati) el de su cuñado (Leonardo), el de ella (Magdalena), la cantidad de hijos habidos de su primer matrimonio y la época (1860). La única divergencia está en su apellido, seguramente un error de transcripción, explicable debido a que el investigador ha tenido que leer una carta manuscrita hace 150 años, donde perfectamente puede haber interpretado que decía “Bernella” en el lugar en que decía “Arnelli”; o bien puede que hasta haya sido el propio sacerdote el que entendió o memorizó mal el apellido cuando elevó su petición al Obispo.
3 comentarios:
Agrego un dato que refuerza la identificación de las personas referidas en la carta del padre Ojeda a su obispo como nuestros antepasados. Magdalena vivía con su nueva pareja en la jurisdicción de la parroquia del Cordón y el primer vástago de su nueva unión, Pablo, fue bautizado -a los 6 días de nacer- en dicha parroquia, con el nombre de Paulino, por el mismo padre José María Ojeda. Fueron sus padrinos Pedro y Teresa Arnelli, cuyo parentesco con Magdalena desconocemos.
Al leer la contribución de Eugenio sobre las vicisitudes de nuestra tatarabuela común, uno no puede menos que revalorar el esfuerzo que hicieron nuestros “antenati”, para salir adelante, con un bagaje cultural muy limitado, en un medio que les era extraño, con una lengua que no conocían y en medio de una situación política y económica compleja, como lo fueron los años que siguieron a la guerra grande. Y reforzar a la vez el sentimiento de gratitud hacia ellos, que nos legaron -a través de su esfuerzo y del de aquellos que le siguieron- la situación que hoy ocupamos en nuestra sociedad.
Agrego otro dato que obtuve hoy: la gestión del Padre Ojeda ante el obispo Jacinto Vera, tuvo un pronto éxito: Magdalena Arnelli, viuda de Carlo Fossati Botta, regularizó su situación y contrajo matrimonio con su cuñado, Leonardo Fossati Botta, en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen del Cordón, el 30 de agosto de 1860.
Como se ha tocado el tema de la sangre azul, tema tan desvirtuado por los cuentos de hadas y príncipes escondidos en un sapo, Diré, que la sangre azul existió y existirá.
La confusión proviene de cuales eran los valores que correspondían para acceder a la sangre azul -privilegio otorgado a personas destacadas- en los distintos tiempos históricos, por más colorada que tuvieran su sangre.
En los más remotos tiempos los valores esenciales eran los que correspondían al sobresaliente guerrero, porque lo esencial era mantener el territorio, el poder sobre él y cuanto más mejor. Por lo tanto fueron más, los que provenían de muy humilde y pobre condición económica que se integraban a las armas y por su importante destaque terminaban siendo premiados con un título nobiliario, luego se casaban con alguna princesa hija de alguien que ya se había anticipado en el tiempo al título nobiliario y uno mas era integrado a la nobleza.
Y la pléyade de personas nobles que tenían un rango por debajo del máximo, que,
auténtico o heredado, se sostenían en él, hasta que el éxito los acompañara.
Reyes, príncipes, nobles, tenían la sangre colorada, pero con un montoncito de genes azules que les daba a cada quien la suerte de que si les tocaban, se iban a destacar.
Es una mochila nada despreciable, aunque, tenga un porcentaje de suerte.
Fossati es el apellido de una antigua familia noble de Milán y de Novara de las que se tienen noticias en el año 1030 .Los Fossati florecieron en todas las épocas ocupando cargos elevados en el gobierno de las ciudades donde se establecieron y los de
Milán ostentaron los títulos de conde Sarsana -1462- y conde y feudatario imperial de
Nerviano y marqués de Fossati.
Cuanta más antigua es la referencia de un apellido, la cantidad de familias derivadas de él es enorme. Y el entrevero de genes también, pero la mochilita de azules ahí está, en unos florece, en otros queda momentáneamente oculta, pero ahí está.
La pobreza económica en algunos tiempos es más fácil de obtener a partir de la riqueza, que la propia riqueza a partir de la pobreza .
No me gusta la frase de que “descendemos de los barcos” a veces dicha con un dejo de romanticismo y otras de depreciación. Por ahora hasta donde llegan nuestros conocimientos descendemos de una familia compuesta por Piero Fossati y Caterina Botta de la región piamontesa en límite con lombardía. Su hijo Carlos que sería mi bisabuelo -casado con Magdalena Arnelli- se embarcó para Montevideo instalándose aquí. Me considero descendientes de ellos, pobres pero dignos y no de ningún barco.
Muestro una carta de 1814 de Leonardo mi abuelo, a mi padre Hugo y tanto la caligrafía como la redacción son de una persona culta. Pobreza y cultura no se contraponen
Por eso no me extraña el futuro que tuvieron la mayor parte de sus descendientes.
Al día de hoy, los genes azules pasan por otros méritos, gracias a Dios, pasan por la distinción en las carreras humanísticas y científicas y es de esperar que cada vez pase
menos por adjuntar territorios.
Raquel Fossati Gutiérrez
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