Mi madre, Alicia Isabel Benenati Roldós de Fossati.
Escribe: Guillermo Fossati Benenati.
Mi madre supo formar con mi padre, “don Américo” o “Fossati”, como le decía, un hogar ejemplar y tenía cuarenta y un años cuando yo nací. Descendiente de italianos y catalanes, nació en 1888 y por lo tanto, tenía el porte, las costumbres y la manera de pensar y de ser de las mujeres de aquella época. Era la REINA DEL HOGAR y “su hombre” era el centro de la familia.
Manejar un hogar con seis hijos, separados el primero y el último por diez y seis años, no fue seguramente una tarea fácil. Cuando yo era un niño mi hermana mayor, Alicia (Pocha) ya estaba casada y tenía una niña, Alicita, que nació cuando yo tenía ocho años, haciendo a mis padres abuelos y a mí tío. Y el segundo de sus hijos, Américo, ya era médico en ese momento.
Su vida la llenaban mi padre, sus seis hijos de tan variadas edades y problemas y las tareas de la casa. Una costumbre de esa época era “el día de recibir visitas o de visitar”. Gustaba de los paseos en auto y recuerdo dos lugares a los que me llevaba: el parque Urbano y la casa de una amiga -Carmen Bó- en el Cerro, donde mi familia había vivido un corto tiempo, en una casa llamada Villa Alicia, que casualmente era su nombre. Le gustaba también ir al cine y escuchar las radionovelas, que eran varias en ese entonces. Sus dulces, sus conservas y su perdiz al escabeche, son inolvidables. Hijos de tan diferente edad entraban y salían a toda hora, solos o con amigos y... la heladera estaba siempre pronta.
Vivía la época del vestir sobrio y con períodos de luto o medio luto muy prolongados. No la recuerdo con trajes coloridos. Era mujer de la casa y ella decía que su sueño era vivir cerca de una Iglesia y de un cine. Iba a misa todos los domingos y la casa, como era costumbre, era bendecida y tenía un cuadro “del Sagrado Corazón”, en el que ella prendía una velita todas las noches.
Recuerdo que en una oportunidad “la obligaron a ir a Buenos Aires” y salió de casa con un hijo de cada lado, como si la llevaran presa. Era poco expresiva con mi padre, al menos en público, pero los recuerdos que tengo de ella cuando éste falleció, los tengo clarísimos y una frase que no se me borra es muy significativa: “...debía haber muerto yo porque sin él...el hogar desaparece”. Creo que era una frase equivocada pero en su boca trasmitía lo que sentía y como concebía a la figura de mi padre. A esa madre admirable, que me tuvo a los 41 años, que me malcriaba como corresponde a un hijo menor, el llamado “hijo de la vejez”, le debo mucho.
En las fotos, mi madre, quizá a la edad que tenía cuando yo nací y con sus tres hijos mayores, Alicia y Américo -de marineritos- y Carlos María.
viernes, 3 de octubre de 2008
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